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La luz de San Andrés

 luminarias

 

 

 

Este fin de semana Almaraz celebra una de las festividades con más arraigo y tradición en la localidad; tanto que preguntado a Paco, que nació años antes de la Guerra Civil, y después de la “dictablanda” de Primo de Rivera, la recuerda de siempre, y aunque la luz y el fuego como la esencia de esta celebración en honor a San Andrés se ha mantenido, lo que la rodea ha sufrido una importante transformación, una evolución que ha ido de la mano a la de la propia sociedad.

Si bien la festividad de San Andrés Apóstol está recogida en el Santoral Católico el treinta de noviembre, será el último sábado del mes cuando un grupo de jóvenes, en los albores de su mayoría de edad, recreen año tras año una de las tradiciones paganas más importantes: la purificación de los cuerpos a través de la luz, donde el pasado queda para siempre en las cenizas que el fuego trae consigo, y se da paso a un nuevo tiempo.

Una tradición que ya recorría lo largo y ancho de los viejos reinos que un día conformaban la siempre belicosa Península Ibérica, cuyo origen se remonta al culto de la época romana, y que con la implantación del cristianismo después del Concilio de Nicea se adaptaron a las nuevas figuras de culto. Actualmente sigue estando presente, aunque con una importante diferencia entre las zonas del interior de España y las de costa. Porque si en el primero de los casos se suele dar durante los meses que rodean al solsticio de invierno, no sucede lo mismo en las zonas de playa, donde la luz y el fuego purificador toman su protagonismo durante el solsticio de verano, sobre todo en la noche de San Juan.

Aunque en la actualidad los días que rodean a la Luminaria de San Andrés se incluyen como parte de la fiesta, la tradición nos dice que será durante el alba del propio día cuando los jóvenes, ataviados con ropas de trabajo y la compañía de bestias que tirarán de los carros, recogían la leña que servirá para honrar al Santo. Una leña que durante años se ha recogido en un paraje hoy declarado Lugar de Interés Científico, el Sierro de Almaraz; y que en las primeras horas de la tarde acabaría amontonada en la puerta de la parroquia, siempre bajo la atenta mirada de San Andrés, al que allí se da culto.

Cuando caía la luz del día comenzaba el ritual. Los quintos, infantes en puertas de la hombría, se arremolinaban nerviosos hasta que llegaba el momento más emotivo; cuando hacían sus ofrendas al Santo: guirnaldas y adornos florales que le serían colocados en el cuello, y para lo que habría que subir escalando por el muro de piedra que separa del suelo a la figura de San Andrés en la fachada principal del edificio, desde donde da la bienvenida a los visitantes. Mientras el humo de las primeras llamas empieza a cargar el frio ambiente. 

Con la lumbre en plena ebullición, era el momento de acabar que la arroba de vino que servía para calentar por dentro los jóvenes cuerpos, una cantidad que siempre podría ser mayor si lo era también el número de quienes iban a participar en su bebida. Y era entonces cuando con el fuego presente ya sólo quedaba por recorrer el camino que tenían por delante, y cuya primera parada tendría lugar meses después, cuando se incorporasen al servicio militar. Una obligación que Carlos III establece en 1770 con un sistema de “Quintos”, donde uno de cada cinco jóvenes, elegidos por sorteo entre los que formaban el Censo Militar, se incorporarían al Ejército.  

Con la Luminaria de San Andrés los jóvenes de entonces, y los de ahora, dejan atrás una etapa de su vida para adentrarse en el mundo adulto, con los espíritus que pudieran perturbar la presencia en esa nueva etapa ahuyentados por el fuego. Y aunque ésta continua centrando la actividad del último sábado de noviembre, y la sociedad de entonces en poco o nada se le parece a la de ahora; los padres tienen el deber de transmitir las tradiciones que un día recibieron; y los hijos de conocerlas, cuidarlas y mimarlas para que éstas no queden en el olvido; porque nuestras tradiciones conforman nuestra cultura, y nuestra cultura es la base sobre la que asentamos nuestra propia educación y el respeto hacia la sociedad.

Por Sabina Hernández y José Manuel Martín

 

Publicado originalmente en El Periódico de Extremadura.


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